02 enero 2015

LEDIAKHOV, EL JEKYLL Y HYDE SPORTINGUISTA

                                                    --Texto incluído en el libro "Un Derbi Solidario 2", publicado en las navidades de 2013 (os animo a adquirir cualquiera de las tres entregas de este proyecto solidario)



Igor Lediakhov ha sido uno de los grandes genios sportinguistas. Genio para bien y, posiblemente también, para mal. En el campo, era el doctor Jekyll y Mr Hyde. Con todo, fue el gran referente para una generación que disfrutó de los últimos coletazos de un Sporting de Primera y alcanzaría posteriormente su madurez en la década interminable de travesía por Segunda.
Tosco de palabra, cautivador por acción y desesperante por omisión. Esquivo con los medios de comunicación, serio en el trato con los aficionados, pero bromista en el vestuario como recuerda Dimitri Cherishev. Unos días se desenvolvía en el tapete de El Molinón con la tranquilidad de quien disfruta de un paseo por la calle Corrida. Ni siquiera importaba en esas ocasiones que el rival fuera el Barcelona o que en apenas 90 minutos el equipo se jugara toda una temporada en una promoción de infarto. Cuando se sentía motivado, sorteaba rivales con su elegante zancada, encontraba espacios como si se encaramara al mirador de La Providencia, ejecutaba pases de seda y córners que desafiaban al ‘Elogio del Horizonte’, e incluso se atrevía a soltar algún disparo tan agrio como su aparente carácter.
Su otro yo, en cambio, se arrinconaba en una banda, desde donde su indolencia, un defecto que engendra herejes, hacía un guiño a la condición de Ciudad Balneario de su localidad natal y acababa con las paciencias rojiblancas. Su fama de vago le perseguía hasta el punto de que uno de sus entrenadores en el Sporting encargó al médico un test de espirometría y diversas pruebas de esfuerzo para comprobar si un mal estado físico era la causa de que no se esforzase en el día a día en Mareo. Los resultados asustaron a técnico y médico, pero de tan espectacularmente buenos que eran.
Así era el ‘Príncipe Ruso’, un apodo que le viene como anillo al dedo a un futbolista que llegó de Sochi, lugar de residencia de familias acomodadas y destino vacacional por excelencia de una mayoría de sus compatriotas. Mucho antes de convertirse en sede de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2014, sus habitantes ya disponían de unas instalaciones propicias para la aparición de deportistas de primer nivel. Así emergió, por ejemplo, el tenista Yevgeny Kafelnikov, vecino de infancia de la familia Lediakhov y cuya retirada profesional también se produjo en 2003.
A pesar de los 3.614 kilómetros en línea recta que separa Sochi de Gijón y pese a cambiar el Mar Negro y la Cordillera del Cáucaso por sus homólogos cantábricos, se sintió como en casa. El clima es similar (en Sochi las temperaturas oscilan entre unos 3 grados de mínima en invierno y una máxima de 28 en verano), ambas regiones comparten buenas playas y vegetación; y además, en lo deportivo, él no abandonó los colores rojiblancos de su Spartak de Moscú. También se encontró con otras instalaciones de entrenamiento de alto nivel, Mareo, donde se ganó pronto otro sobrenombre: el del ‘Mago de Sochi’ con el cual le bautizó el periodista Ruben Díaz porque “en los entrenamientos le veía hacer cosas que hacía Zidane”. Unas sesiones en las que exasperaba a uno de sus entrenadores, Benito Floro, quien temía que su estrella cogiese hongos por culpa de su manía de regresar descalzo a la caseta.

Hay leyendas de vestuario que cuentan que Floro perseguía a los tres rusos con papelitos para agilizar su aprendizaje del castellano. De inmediato, Cherishev se quedaba solo en la mesa. Nikiforov y Lediakhov disimulaban en cuanto le veían aparecer: hacían que llamaban por teléfono o se iban corriendo al baño. Pero Floro, que quería aprender idiomas, sí les obligaba a ejercer de profesores particulares de ruso después del almuerzo, privándoles de la siesta en las concentraciones de pretemporada.
Los habituales de Mareo seguro que recuerdan aquella mañana en la que Ciriaco Cano no conseguía que Lediakhov enviase el balón desde el córner al lugar exacto donde le indicaba. Entonces, el entrenador se dirigió al banderín y trasladó a la práctica un par de veces su consigna teórica: “Usted no ve la Premier. Hay que usar el toquecito inglés. Así, ¿lo ve?”.
Precisamente en un córner botado por Lediakhov nació el mejor gol que se ha visto en mucho tiempo en El Molinón. Aquella volea de ‘Perico’ Pérez ante el Valladolid. El fútbol hace posible que un argentino y un ruso se entiendan con señas. Ellos solo necesitaban mirarse un suspiro. En aquella situación, Hugo le marcó el pase con el dedo y el resto ya está en las videotecas. “No estaba metido en el grupo a nivel social, sí en lo futbolístico”, explica hoy en día el mediocentro de Avellaneda.
Cuando Igor se vestía de calle, se encerraba en su casa de Somió, esa cuya dirección y teléfono aparecía en las Páginas Blancas de la época. He de confesar que en varias ocasiones sentí la tentación de marcar su número, pero mi admiración, la misma que me empujó a acumular recortes de periódicos, se impuso en todo momento a aquel ímpetu infantil. Y en aquella casa, alguna vez, acabó cenando algún miembro de la pandilla formada por los rusos y el portero Juanjo porque ninguno era capaz de convencerle para acudir a un restaurante.
Esto y mucho más es Lediakhov. Para unos una estrella, para otros un indolente. Para mí, Igor es una titularidad en la goleada de Rusia a Camerún en el Mundial de 1994, un gol ante el Barcelona en su debut oficial en El Molinón, una firma en una camiseta Joma rojiblanca con el 10 a la espalda, una foto al lado de mi gran ídolo de infancia en el estadio de Miramar, 43 goles en 209 encuentros, una conversación telefónica en 2005 para un proyecto fallido de un libro conmemorativo del centenario sportinguista (“estoy aquí con niños por todas partes”, me soltó con tono simpático para justificar el bullicio que nos acompañó durante toda esa charla)… y, sobre todo, Lediakhov es una actuación descomunal en la promoción ante el Lleida. El zar no ganó en solitario aquel partido, pero tenerlo ese día en tu equipo fue como disponer de vidas infinitas en un videojuego.



-Foto: La Cola de Vaca

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