Érase una vez un piloto de F1 que, pese a disponer de uno de los dos mejores monoplazas de la parrilla, estuvo tres Campeonatos al límite en cada salida, en cada curva, en cada sesión de calificación, en cada carrera. Su ingeniero, además, aparecía en cada momento de duda para aportar soluciones, para evolucionar aún más el coche con nuevas piezas y exprimiendo al máximo los recursos existentes.
Además, cada nuevo Mundial exigía una vuelta de tuerca, ante lo que ni el ingeniero ni el piloto fallaban. Su voracidad de éxito era ilimitada, necesitaban conquistar cada metro de cada trazado, de verdad que lo necesitaban, sin permitir que su escudería archienemiga, a la que llegó a sonrojar doblándola en algunas ocasiones, incluso en su propio circuito, pudiese divisar un atisbo de posibilidad de adelantamiento.
Todo eran sonrisas, elogios y aportaciones a la historia del deporte. Hasta que llegó el cuarto campeonato. Entonces, el piloto tal vez cegado por el éxito y acomodado en su superioridad, se confió. Primero, tuvo la reacción lógica e instintiva de levantar un poco el pie del acelerador en alguna curva, lo que motivó a la escudería enemiga, ávida de recuperar el trono, para exigirse cada vez más con el acicate de verse reflejada en el retrovisor del otrora insaciable piloto. Posteriormente, cedió alguna carrera sin saber que seguía alimentando las ansias de un rival que ya comenzaba a creer y hacer probable lo imposible.
Además, cada nuevo Mundial exigía una vuelta de tuerca, ante lo que ni el ingeniero ni el piloto fallaban. Su voracidad de éxito era ilimitada, necesitaban conquistar cada metro de cada trazado, de verdad que lo necesitaban, sin permitir que su escudería archienemiga, a la que llegó a sonrojar doblándola en algunas ocasiones, incluso en su propio circuito, pudiese divisar un atisbo de posibilidad de adelantamiento.
Todo eran sonrisas, elogios y aportaciones a la historia del deporte. Hasta que llegó el cuarto campeonato. Entonces, el piloto tal vez cegado por el éxito y acomodado en su superioridad, se confió. Primero, tuvo la reacción lógica e instintiva de levantar un poco el pie del acelerador en alguna curva, lo que motivó a la escudería enemiga, ávida de recuperar el trono, para exigirse cada vez más con el acicate de verse reflejada en el retrovisor del otrora insaciable piloto. Posteriormente, cedió alguna carrera sin saber que seguía alimentando las ansias de un rival que ya comenzaba a creer y hacer probable lo imposible.
Y es que las evoluciones del ingeniero siguen aportando soluciones, pero no son suficientes porque su piloto ya selecciona las curvas y los circuitos en los que pisar a fondo el acelerador. Eso sí, cuando lo hace, demuestra que es inalcanzable en la pista. El tiempo despejará las dos dudas que asoman cada día de las últimas semanas: ¿volverá el piloto a tener esa voracidad de querer estampar su nombre en cada metro de asfalto? ¿dependerá de ello la continuidad del ingeniero?
Fotos: Google Images
El piloto esta esperando haber que coche tendra el año que viene
ResponderEliminarEl equipo quiere que se quede todo como esta pero si el piloto no tiene un coche competivo lo hara dudar en cada cuerva y perder carreras en cada circuito. Guardiola tiene que quedarse y rodearse de gente que este preparada y quiera trabajar
El Piloto (los jugadores) pueden determinar la decisión del ingeniero (Guardiola) y aún tienen en sus manos sacar una altísima nota en este Campeonato.
ResponderEliminarGracias Fano por tu comentario. Saludos
Pep renueva seguro, pero mientras hablan de su renovación no hablan de lo malisimos que son los jugadores del Barça.... todo lo que hace Pep tiene un sentido y este silencio tambien lo ti
ResponderEliminarSaludos