“En el mundo del fútbol, nunca nadie olvidará a la Dinamarca de 1992”. Tiene toda la razón Brian Laudrup porque se trata de uno de los capítulos más emotivos de la historia del deporte rey. Y merece la pena recordarlo en esta semana en la que se cumplen 20 años de la culminación de aquella gran gesta danesa.
En el mes de mayo de 1992, Yugoslavia fue sancionada con la exclusión de la Eurocopa de aquel año como consecuencia del conflicto de los Balcanes y se decidió que fuese Dinamarca la octava selección que disputara la fase final del torneo. Entonces, el seleccionador Richard Moller-Nielsen tuvo que aparcar la remodelación de la cocina de su casa para tirar de agenda y completar una convocatoria exprés para debutar el cercano 11 de junio. Buena parte de sus pupilos descolgaron el teléfono a cientos de kilómetros de distancia, en cruceros algunos o en distintos rincones el resto, disfrutando desde hacía dos o tres semanas de sus vacaciones. A muchos se les pasó por la cabeza no acudir ante el miedo al ridículo, algo que sí hizo la gran estrella del país, Michael Laudrup, quién declinó la propuesta colmado tras haberse proclamado campeón de Europa con el Barcelona.
El técnico fue el primero que creyó en el milagro. Si no fue así, lo disimuló muy bien en la charla de bienvenida que tuvo con sus internacionales, a los que les dijo que viajaban a Suecia, sede de la Eurocopa, a levantar el título. Ellos se rieron pero el primer empate contra una histórica como Inglaterra subió la moral de un grupo que aún tenía las mentes puestas en la playa y los cuerpos libres de cualquier tensión. Estos factores, lejos de volverse en su contra, se tornaron decisivos. Fueron a toda una fase final de un campeonato europeo de selecciones a disfrutar y vaya sí lo hicieron.
Sin embargo, una derrota por la mínima en el segundo encuentro ante los anfitriones les dejaba prácticamente apeados. El gol de Brolin obligaba a Dinamarca a ganar a la poderosa Francia, aunque ni siquiera esta circunstancia modificó el ambiente completamente relajado de la concentración danesa. Viéndose fuera y conscientes del contexto en el que habían llegado al torneo, los jugadores afrontaron el decisivo duelo con una ausencia de presión positiva. Y ganaron por 2-1 con un tanto del suplente Elstrup en el minuto 78.
De la fase de grupos se pasaba directamente a semifinales. La gloria estaba tan cerca y a la vez tan lejos porque el rival era Holanda, el último campeón y que contaba en sus filas con Van Basten, Gullit, Rijkaard, Bergkamp o Ronald Koeman, el héroe de la reciente final de la Copa de Europa. Dinamarca se adelantó a los cinco minutos de partido, el empate de Bergkamp parecía que despertaba del sueño a la ‘Cenicienta’ del torneo, pero de nuevo Larsen adelantó a los escandinavos en la primera mitad. Quedaba prácticamente una hora de asalto de la selección ‘orange’, el reloj fue avanzando y cuando por fin todos ya daban por hecho el milagro apareció un remate de Rijkaard. Era el minuto 86 y ahora sí que nadie, ni incluso sus propios futbolistas, apostaban por la victoria de Dinamarca. No obstante, resistieron toda la prórroga, de modo que el rival de Alemania saldría de la llamada lotería de los penaltis. En ella, Schmeichel se erigió en héroe al detener el disparo de Van Basten. Sorprendentemente el único fallo holandés llegó de las botas del Futbolista Europeo del año y autor de uno de los dos goles que le habían dado a su país la Eurocopa de 1988. Después de nueve lanzamientos, Christofte estaba a once metros de obtener el sorprendente pasaporte a la final. Van Breukelen trató de descentrarlo con malas artes, al igual que había hecho con el resto de lanzadores, ante lo que el danés replicó con una provocación futbolística: no tomar apenas carrerilla. Un único paso antes de golpear fue suficiente para mandar el balón al fondo de la portería.
Llegamos así al 26 de junio de 1992. Alemania era favorita, como lo habían sido Holanda o Francia en los dos partidos anteriores de Dinamarca. John Jensen en la primera mitad y Kim Vilfort en la segunda anotaron los dos goles de la final. El cuento de hadas fue tan perfecto que el autor del definitivo 2-0 fue un jugador que aceptó participar en el torneo, convencido por su mujer, y pidiendo la condición de poder estar en un hospital de su país con su hija enferma todos los días en los que no hubiera partido.
El primer gran campeonato en el que los jugadores lucían sus nombres en la camiseta encumbró a un grupo. Al más humilde y solidario, al que llegó sin su máxima estrella, al que cambió el relax de sus vacaciones por la exigencia de una Eurocopa sin caer en la presión, al que se permitió soñar por encima de la lógica y los obstáculos. Por todo ello, el mundo del fútbol jamás olvidará a la Dinamarca de 1992.
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